jueves, 16 de agosto de 2007

Musas de Guantánamo


La cárcel suele ser un reino inspirador para poetas curtidos e improvisados. Siempre será fácil encontrar un poeta de cuaderno caminado entre los corredores de una jaula, leyendo sus versos a los visitantes, intentando que sus malditas angustias puedan ser más que un llanto o un grito. Hay que decir que pocas veces lo logran. Lo normal es que terminen escribiendo sus quejas a la manera de oraciones, haciendo rimar sus rogativas personales y haciendo llorar a sus amigos al otro lado de las rejas.
Pero con qué curiosidad se leen los versos de los poetas encerrados. Más allá de las crónicas sobre las rutinas de la prisión, de los detalles que describen la comida y el ceño del carcelero, los poemas escritos en la cárcel son el autorretrato de algunos hombres desesperados, un paisaje sencillo con abismos desconocidos. Un paisaje cercano al de la locura. Con la misma curiosidad he leído los versos de Hölderlin escritos desde la torre de su carpintero anfitrión, cuando ya estaba loco y sólo vivía para su paseo matinal a orillas del río Nékcar y sus tardes de piano descordado.
Hace unos días fue publicado en Estados Unidos un libro con 22 poemas escritos por 17 prisioneros yemeníes en Guantánamo. Los poetas usaron la crema dental como tinta, tallaron sus letras en los vasos desechables o simplemente los recitaron de celda en celda confiados en la memoria. Esa muestra debió pasar el filtro del Pentágono que destruyó otros tantos en los que supuestamente había instrucciones cifradas para Al Qaeda. Versos malditos. Uno de los poetas, ya liberado, confirma lo cerca que está la inspiración y la locura para los bardos barbones encerrados en Cuba: “La poesía era nuestro apoyo y sustento psicológico… Mucha gente perdió allí la cabeza. Conozco al menos 40 o 50 presos que están completamente locos”.
Primo Levi, el químico italiano que nos contó como se incubaba el fuego bajo las chimeneas de Auschwitz, fue tomado por loco cuando intentaba recordar algunos poemas que le ayudaran a recuperar el mundo familiar que iba perdiendo. El hombre buscaba que sus compañeros le ayudaran a completar un verso de Leopardi y encontraba susurros desconfiados: “¿Qué está buscando este con Leopardi? ¿No se estará volviendo loco de hambre?”
Levi ha contado también que al comienzo de su estadía de 10 meses en los campos de trabajos gastaba sus tardes hablando de Dante a algunos compañeros, y que sólo uno tomó interés por sus charlas. Luego descubriría la clave de ese interés: “A él entonces no le interesaba Dante, le interesaba yo en mi intento ingenuo y presuntuoso de transmitirle a Dante, le interesaba mi lengua y mis confusas reminiscencias…”
De ese mismo modo interesan los poemas de los presos en Guantánamo. ¿Qué invocan los supuestos representantes de la guerra santa contra Estados Unidos? ¿Con qué palabras buscan conservar la cordura? ¿Dónde creen que están? El primer poema de la colección se encarga de igualar a los misteriosos presos de capuchas naranja con el más corriente de los atracadores, con su mismo anhelo filial: “Echándote, madre, de menos, mi corazón he consumido. / Juro por la entera Creación que no sé cómo hablarte. / En la noche, en mis sueños sonámbulos, siento tu amor / Llamándome: ¿Dónde está Imad? / Todos aquí han recibido cartas que alivian su corazón. / Pero yo, sufriendo, vivo en mi soledad, más lejos.”
Sueños y libertad serán palabras obligadas para todos los poetas encerrados, un lugar común que intentamos comprender desde las orillas de la cárcel. Primo Levi decía: “La libertad, la improbable, imposible libertad, tal lejana que sólo en sueños osábamos esperarla”. Y le replica Usama Abu Kabir desde Cuba: “Pero ¿es verdad que un día dejaremos la Bahía de Guantánamo? / ¿Es verdad que ese día habremos de volver a casa? / Soñando con mi casa, me hago a la mar en sueños. / Para estar con mis hijos, cada uno es parte de mí; / para estar con mi mujer, y aquellos a quienes amo; / para estar con mis padres, los corazones más tiernos de mi mundo. / Yo sueño que estoy en casa, libre de esta jaula.”
Alguna vez dijo Adorno que después de Aschwitz no se podía escribir poesía. Y sin embargo en las paredes del campo de concentración quedaron algunas líneas que intentaban ser poesía, algún pretexto para no enloquecer.

1 comentario:

Sergio Alejandro Henao dijo...

Hermano,

Para aquellos que han lidiado con las rejas, la poesía es la libertad, no el escape, no la fuga. Por eso es fácil compararlos con los locos. Es muy probable reputar de falto de aptitudes mentales ordinarias a aquel que tiene la posibilidad de correr por los prados, divagar por ellos a través de un verso aun cuando las paredes le restringen el cielo, pues la poesía, como decía Jaime Jaramillo Escobar, es liberación. Lamentable es que muchos, inclusive afuera, sean presos, o lo que es peor, esclavos.
Comentaba Aloysius Bertrand en Gaspar de la noche: "El loco propone al sabio cuestiones que este no pueda resolver". Y es precisamente este el dilema de aquellos que intentan comprender la libertad del encerrado: hay en ellos la incapacidad de entender la complejidad del espíritu que no precisa de alas para volar, y sin embargo vuela.
La poesía le restituye al hombre aquello que rara vez ha tenido, eso que muy pocas veces ha presenciado. Por eso Pessoa concluía un poema diciendo "luego denme la celda que quieran, que yo me acordare de la vida"

Fabulosa su columna.