martes, 18 de octubre de 2011

Las gabardinas






Cuando se pronuncia el nombre de la policía secreta resuena siempre el eco de los sótanos. Bien sea en la Haití de los Tonton Macoute, “los hombres del saco”, o en la Rusia zarista de la Ochrana, la policía de averiguaciones encargada de seguir a los partidarios de los sueños alucinados de Tolstoi, los amigos embrujados de Rasputín y el resto de la horda revolucionaria que inauguró el siglo XX en el Imperio del Zar Nicolás II. Entre nosotros el DAS se ha ido encargando, con gran vigor en los últimos años, de construir su leyenda negra. Las noticias judiciales sobre la participación en los asesinatos más importantes de la reciente historia política y los nuevos episodios de “descentralización” de servicios a la delincuencia de todas las orillas, hacen que nuestro departamento de inteligencia esté a la altura del aire siniestro que se exige internacionalmente. Saber que sus oficinas son las encargadas de certificar la historia judicial de los ciudadanos pone la necesaria nota cómica.
Leyendo los nuevos papeles del DAS recordé un libro comprado por ociosidad y curiosidad hace unos años, cuando todavía Noguera era un muchacho de buena familia en Santa Marta. Se trata de las memorias del último director de la policía zarista, una especie de catálogo de funciones y descargos de A.T. Wassiliew, el hombre que no pudo detener la avalancha sediciosa en San Petersburgo. Por supuesto que lo suyo es el retrato de la caída de un Imperio vista desde una estación de policía, mientras lo nuestro es solo el cierre de un emporio criminal en el centro de un Estado frágil; pero por momentos resulta cómica la lectura del libraco, casi un expediente ruso, pensando en las claves de nuestra Mata Hari que ofrecía licuadora, olla arrocera y ancheta para lograr grabaciones de la Corte Suprema de Justicia.
Según A. T. Wassiliew muchos ciudadanos creían que en las calles de la capital rusa había trampas que se abrían de repente y dejaban caer a algunos cabecillas revoltosos directamente a los sótanos de interrogatorio. “Cuánto de misterioso, enigmático y horrible veía el pueblo ruso en la denominación Ochrana”. Eran infundios y fantasías. La policía secreta se encargaba simplemente de descubrir a los agentes revolucionarios que intentaban destruir el Imperio. Los cientos de encargados de la “observación exterior” iban encubiertos bajo el pelaje de “mozos de cuerda, porteros, vendedores de periódico, soldados, cocheros o empleados de ferrocarril”. La agencia tenía un almacén especial de disfraces para su funcionamiento y un patio exclusivo para cocheros con más orejas que sus caballos. Los agentes no debían profesar un afecto muy marcado por su familia y tenían que conocer todas las casas de la ciudad con dos salidas, perfectas para cruzar de una calle a otra como por encanto. Había apenas 1000 funcionarios del servicio de persecución en toda Rusia, una cifra muy reducida dadas las exigencias personales de los servidores: “Debían ser política y moralmente leales, honrados, sobrios, audaces, hábiles, inteligentes, perseverantes, prudentes, sinceros, disciplinados y sanos”. Y no ser polacos ni judíos. También ellos se encargaban de interceptar las cartas de los miembros sospechosos de la Duma y el ejército y de seguir a los opositores hasta los restaurantes. Las gabardinas han servido siempre para lo mismo. Más o menos.
Felipe Muñoz debería animarse a escribir sus memorias, tendrían la mezcla de humor y terror que conviene a las películas de suspenso.

3 comentarios:

Pascual Gaviria dijo...

Para que no crean que la olla arrocera y demás son imaginación:

"Durante los meses de junio, julio y agosto del 2008, ella me daba cada mes 650.000 pesos. Según ella, la otra mitad era para David García, por su colaboración. Como en octubre del 2008, ella con un señor, un taxista que era el ayudante de ella, me dijo que él me recogía y que me daba la plata porque ella estaba por fuera de la ciudad. El señor me recogió, me acercó a la casa y me entregó 1.500.000 pesos, que porque la información había sido buena y la grabadora había arrojado buenos resultados. De ahí en adelante, en los meses de noviembre y diciembre, siempre eran los pagos de 650.000. Los regalos que ella me dio fueron una olla arrocera, una licuadora y una canasta (ancheta) en diciembre. El jefe de ella me había mandado ese regalo por los servicios prestados, una cita para ir a una chocolaterapia. Yo no fui, le dije a mi hija y ella fue con una amiga".

Así grabé a la Corte

Pascual Gaviria dijo...

Hablando de historias contadas por policías:

El blog de un policía anónimo gana el Premio Orwell

Pascual Gaviria dijo...

Algunos ya han visitado este pequeño vistazo a las muertes de Galán y Jaramillo Ossa.

Reserva del sumario