martes, 3 de septiembre de 2013

En traje de campaña







Hace diez meses, con el discurso de Iván Márquez en Oslo, las Farc salieron de un ostracismo político que duró más de una década. La ofensiva militar del gobierno, el desengaño ciudadano luego del Caguán, sus ocupaciones en el negocio de la coca y su ferocidad frente al más mínimo disenso, lograron ocultar por completo su viejo discurso de reivindicaciones. Los partes de guerra se convirtieron en la única noticia acerca de una guerrilla con hoz y sin voz.
La primera actuación política en medio de las conversaciones fue una bravuconada bajo un lirismo inflamado y patético. Ese día Iván Márquez lanzó un reto general al establecimiento al señalar culpables a diestra y siniestra y pedir poco menos que la reinvención del país. El memorial de agravios desmesurado, casi surreal, fue recibido con sorpresa y ofuscación. Habíamos olvidado el lenguaje y las reclamaciones ampulosas.
  Todavía no sabemos si las Farc han cambiado, su caparazón es duro y su dogmatismo ha crecido ante la falta de interlocutores, pero está muy claro que sus aparentes preocupaciones de hoy son muy distintas a lo que oímos en el discurso de Oslo. Poco a poco parecen haber abandonado las pretensiones de refundar la patria para comenzar a hacer política menuda, a opinar sobre los temas de todos los días, a apoyar causas menores y buscar simpatías con el oportunismo radical. Han pasado de cuestionar la Constitución a pelear la redacción de los decretos. Ahora hablan del precio de la gasolina y los fertilizantes, de los abusos de las farmacéuticas y la necesidad de unas curules propias; opinan sobre el umbral que salvará a los partidos minoritarios y defienden a los mineros del Bajo Cauca, hasta hace poco sus enemigos militares y hoy simples trabajadores bajo el abuso estatal. Por supuesto han acogido las reivindicaciones campesinas comenzando por su fortín en el Catatumbo y terminando en el Caquetá. En pocos días hablarán de los conductores borrachos y de la reelección de alcaldes y gobernadores.
El peligro es que las Farc comiencen a sobreestimar su papel en los recientes movimientos campesinos y revueltas citadinas. El gobierno ha señalado a la Marcha Patriótica como culpable de algunos saboteos y empecinamientos. Los jefes guerrilleros en La Habana deben estar excitados viendo los bloqueos por televisión: ahora no solo tienen micrófono y atención diaria sino que suponen una respuesta de las “masas”. En Caguán se equivocaron en el cálculo sobre su poder militar, y en Cuba se pueden equivocar sobre su credibilidad y fortaleza política.
Con la mezcla de política menuda e intimidación vía fusiles no solo se pueden engañar, también pueden confundir al país entero. Ahora mezclamos el reclamo de los campesinos cocaleros y los productores de papa, y en un mismo campamento están los mineros del Bajo Cauca y los Campesinos de Ituango, Petro dice que los vándalos en Bogotá fueron contratados por las Bacrim mientras el ministro de defensa habla de milicianos. La cosa está tan revuelta que Uribe utiliza los grafitis de Robledo. Hace casi 30 años Jacobo Arenas pensó en el proselitismo de la UP como una estrategia para lograr mayor presencia en las capitales. La guerra seguía siendo su mayor obsesión y sabemos cómo terminó el doble juego. Alargar el capítulo armado mientras se busca un papel en los titulares de prensa es una estrategia excitante pero muy riesgosa. El contagio entre proselitismo e intimidación es inevitable. Ojala de la Calle y Timochenko, cada uno por separado, lo tengan bien claro.




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