martes, 18 de noviembre de 2014

Desencanto general






Parece que dos años son muy poco tiempo. El aislamiento, la lógica de la discordia y la soberbia de las armas son enfermedades que necesitan tratamientos más largos. Las guerrillas construyeron durante muchos años una épica de la victoria, una ética de la revancha y unos objetivos basados en la eliminación del adversario. Su idea de la política está directamente ligada a la imposición, nunca han tenido que convencer a nadie, su dialéctica termina siempre con una sigla inapelable: AK-47. Sin darse cuenta todavía están tras la idea del partido único y creen que la “movilización de masas” es una tarea parecida a la de los vaqueros y sus zurriagos. En esa tarea nuestros políticos de pueblo les llevan años de ventaja, saben que la mentira y el menudeo de favores personales traen fidelidades más sencillas, menos cruentas, y tienen ambiciones medidas frente a una clientela y no frente a un hipotético “pueblo”.
La alegría contenida de las Farc luego del secuestro del General Rubén Darío Alzate, su alusión a un hecho extraordinario y a la justicia popular, demuestra que los jefes guerrilleros todavía creen estar en una íntima confrontación con el gobierno, o con el Estado en el mejor de los casos. Los negociadores son combatientes concentrados en el tablero de sus obsesiones ideológicas y sus odios. Mientras el gobierno debe lidiar con la opinión pública, la oposición política, la ambición burocrática de sus aliados y los problemas reales del tablero en La Habana, la guerrilla cree que su juego es un cara a cara con Humberto de la Calle, Sergio Jaramillo y el General Mora Rangel.
Mientras las Farc sigan pensando que el pulso militar y la humillación pública del adversario son más importantes que su viabilidad política, el proceso va terminar mal, tal vez con una firma y un aplauso de la comunidad internacional, pero ignorado o rechazado por la mayoría de los colombianos. Los jefes guerrilleros necesitan urgente una larga sesión con algunos encuestadores y politólogos que les sirvan como psicoanalistas, que los hagan repetir las palabras “opinión pública” y les aclaren que el “pueblo” que tanto invocan no es su tropa. Blindar unas zonas para la batalla política mediante el poder armado, cercar unos pueblos con sus arengas y sus amenazas, los convertirán en unos políticos muy parecidos a algunos gamonales paracos en las regiones: mandamases en sus círculos y repudiados en el resto del país.

Hace unos meses el presidente Santos dijo que en este momento del proceso lo pensaría dos veces antes de dar la orden una operación contra Timochenko. Esa confesión fue un reconocimiento a unos compromisos implícitos que se crean luego de dos años de negociación. Tiene que haber surgido un lenguaje y una esperanza común que haga preferible el camino de la negociación. Para las Farc parece que todo estuviera muy crudo y todavía fuera el momento de los alardes y las venganzas. El gobierno reitera que la contraparte tiene voluntad de paz, pero “el pueblo” necesita una prueba que justifique ver a Iván Márquez y a Santrich dando lecciones de moral desde un atril en La Habana. Soportaríamos sus discursos, les entregaríamos incluso la importancia necesaria para rebatirlos, pero tienen que deponer la insolencia de quienes se acostumbraron al peso del fusil en el hombro. El tiempo para su tratamiento de desintoxicación se está acabando. 

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