martes, 26 de julio de 2016

Biografía de hincha






Tengo dos amigos, de signos opuestos, uno rojo y otro verde, que han construido su biografía apoyados en las fechas memorables de sus equipos en las excursiones internacionales y en el día a día del rentado local. El hilo personal que en ocasiones da vueltas, se enreda, retrocede y deja un nudo olvidado necesita una cronología sencilla y entrañable para organizar los recuerdos y armar una historia legible. “Sí, me acuerdo que cuando se murió mi abuela Medellín jugaba con Tolima en el Atanasio, eso fue un domingo”, dice uno de ellos compungido por igual con la muerte y el empate agónico del visitante. “Claro, eso fue por allá en el 84, la enfermedad me empezó con un penal que botó Santín contra el Junior en Barranquilla”, dice el otro recordando una superada dolencia adolescente y una derrota que todavía duele. Nunca he sido tan memorioso como mis amigos, tal vez por eso a mis diez años tenía una bitácora verdolaga para calificar a los once que saltaban a la cancha con la camisa rayada a verde y blanco. No importaba que el partido fuera en casa o de visita, yo les entregaba nota a todos los jugadores siguiendo lo que dejaba ver el partido en la cancha o entrever la transmisión radial. Eran los días del hincha infantil jugando al estadígrafo, después vendría el hincha juvenil y el guaro en el tubo de PVC de la bandera y el cuaderno pasó a mejor vida.
Pero la esencia del hincha se conserva y se renueva con cada día de tribuna. He pasado por todas las galerías del Atanasio. Mis primeros recuerdos son en Oriental cuando importaba más la paleta que el juego y salíamos rojos de chupar sol a pesar de ser verdes empedernidos. Luego fue la comodidad de Occidental y las fotos con los jugadores lesionados y la rendija en un baño olvidado que entregaba una visión mítica del camerino. En Sur viví la época de los primeros desórdenes. Allá teníamos un vendedor de cerveza de confianza que nos marcaba hasta dejarnos alegres en el triunfo o la derrota. Y en Norte llegó el sosiego y el puesto fijo desde la baranda, la brisa que baja desde el boquerón barre las bocanadas de la tribuna y han sido muchos los triunfos acompañando al equipo de Libretica y de Rueda.
En uno de los textos de su libro Salvajes y sentimentales, Javier Marías habla de esa especie de infantilismo que solo los hinchas sufren y disfrutan cada ocho días: “Lo normal es que el aficionado al fútbol lo sea desde pequeño, y por eso reaparecen en él rasgos enteramente infantiles durante la contemplación de un partido: el temor, la zozobra, la alegría, el bochorno, la rabia, hasta las lágrimas.” Ese aficionado algo curtido es hoy de nuevo un niño tembloroso, como aquel que en 1983, frente a un gol tempranero de Amín Bolívar del Junior, se encerró en un carro durante horas a llorar una derrota que dejaba al equipo fuera de la Libertadores, como el adolescente que vio cómo su hermano, su guía futbolero, le arrebataba la bandera y la tiraba al piso luego de dos penales desperdiciados y una derrota frente al América en 1987, el mismo que vivió en silencio cabalístico la serie de penales en El Campín en 1989. En vísperas de una cita histórica el hincha suele recordar las más grandes tristezas y los desfogues inolvidables, los fantasmas rondan el camino de la alegría que se renueva, de la infancia que nos entregan los títulos, de la posibilidades de volver a ser “salvajes y sentimentales”. Para eso, escribo esta página con los dedos cruzados, los amuletos en el cajón y las invocaciones al eterno número 2.



miércoles, 20 de julio de 2016

Podéis trinar en paz





Los idealistas hablan de Twitter como un ágora desordenada y confusa, una asamblea en la que no hay que pedir la palabra y se pueden igualar los graznidos de las cotorras y los chirridos de los búhos. Pero Twitter es también un sumidero de odios y frustraciones, una ventana para el grito y el desfogue y un escenario para construir mentiras con un ejército de pajarracos filados; más una plaza pública partidista y chichera en uno de nuestros pueblos de hace sesenta años que un foro docto. Por eso cada uno construye su propia plaza en Twitter según la calidad del cedazo que sea capaz de incorporar a los trinos que va inundando el pozo con aguas de todas las calidades.
Desde hace poco Twitter tiene un nuevo ingrediente más allá de los juegos y las grescas de las redes sociales. Los jueces y los policías han llegado a mirar quién se esconde detrás de esa maraña. Todos los días se publican cerca de 65 millones de tuits que se han convertido en un rastro obligatorio para los organismos de inteligencia. Los posibles terroristas suelen soltar algunos balbuceos amenazantes en vísperas de sus “hazañas”. Compadezco a quienes deben seguir esas pistas todos los días, un camino de sandeces en el que es muy difícil reconocer entre los inofensivos y los peligrosos. Pero no solo se trata de vigilancia para evitar daños mayores a la simple violencia verbal. Muchos países han ido incorporando tipos penales para castigar las manifestaciones de odio, las amenazas, las humillaciones, el proselitismo terrorista.
España, por ejemplo, ha detenido a cerca de setenta personas este año en sus operaciones contra el “enaltecimiento del terrorismo y la humillación a las víctimas”. Los casos no son sencillos y van desde las grescas políticas (un concejal activo es uno de los acusados), las diatribas del vocalista de un grupo de rock, los arrebatos de los animalistas y la sencilla canción de unos titiriteros. Abrir la cárcel para quienes gritan estupideces tiene sus riesgos, la histeria y el ridículo pueden ir apareciendo poco a poco. Esta semana fue absuelto César Strawberry, líder de la banda Def Con Dos, luego de enfrentar un proceso de dos años por trinos como este: “El fascismo sin complejos de Esperanza Aguirre, política del PP, me hace añorar hasta los Grapo”. Grapo fue un grupo armado de resistencia anti fascista que dejó cerca de 80 víctimas mortales en 30 años de existencia. Así defendía hace unos días Alex de la Iglesia a su amigo Strawberry:
“  ...ha podido cometer un error, el error de enfrascarse en una conversación de Twitter donde no están claros los límites entre el sarcasmo y la barbaridad. Ha podido cometer una insensatez, teniendo en cuenta la gravedad que eso supone. Pero una barbaridad y una insensatez no son razones suficientes para mandar a nadie a la cárcel”. Su defensa vinculó los trinos a su actividad artística y sacó a relucir viejos mensajes pacifistas. Pero unas semanas atrás el Tribunal Supremo español condenó a dos años de cárcel a una joven por sus tuits alabando a ETA y burlando a víctimas de la banda terrorista. “Tampoco la libertad ideológica o de expresión, pueden ofrecer cobijo a la exteriorización de expresiones que encierran un injustificable desprecio hacia las víctimas del terrorismo, hasta conllevar su humillación”, dice la sentencia.
Entre nosotros María Fernanda Cabal ha inaugurado las causas penales por trinos pero la fiscalía desestimó la denuncia. Se construye un nuevo y complejo filtro para las redes, hasta ahora no sabemos si será un instrumento para el control político, el ridículo judicial o el apaciguamiento ciudadano.




martes, 12 de julio de 2016

La misma línea









Según los censos en las regiones cocaleras y los satélites que husmean todo el año por entre las nubes, Colombia tiene cerca de 960 millones de matas de coca agrupadas en pequeños cultivos que en su gran mayoría no superan las 5 hectáreas. Desde finales de 2013 se ha presentado un aumento en los cultivos de coca y al mismo tiempo una concentración en el área de siembra: más coca en menos tierra. A pesar de que 2015 terminó con el mayor número de hectáreas sembradas en los últimos 8 años, los kilómetros cuadrados con problemas cocaleros sumaron una de las menores cifras desde el 2000. En últimas, crecieron un poco los lotes en los mismos sitios donde había coca en 2014. Los 10 municipios más cocaleros del país sumaban el 42% del total sembrado en 2014, en 2015 llegaron al 47%; y Tumaco, líder indiscutido, ya tiene el 17% de los cultivos nacionales.
Las cuentas de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODOC) dicen que 74.500 familias recibieron ingresos por la siembra de la hoja que ha marcado los territorios de la guerra durante cerca de 40 años. La mayoría de los cocaleros (65%) venden la hoja fresca a quienes se encargan de transformarla en pasta base y luego en cocaína. El porcentaje de quienes solo venden la hoja llega a 92% en la región del Pacífico donde se agrupa algo menos de la mitad del total de cultivos en Colombia. A pesar de que el kilo de hoja subió 39%, los ingresos de una familia cocalera no son muy distintos de los que logra una familia campesina sembrando yuca, cacao, plátano o café. Si se suma lo que recibe una familia por las 4 cosechas de una hectárea de coca en un año y algo de trabajo como “cocineros” o raspachines en lotes más grandes, los 5 integrantes promedio pueden alcanzar ingresos por 18 millones de pesos. Aun así, queda claro que nunca será fácil para el gobierno, con o sin colaboración eficaz de las Farc, reemplazar un mercado agropecuario que les entrega cerca de 480 millones de dólares a 372.000 personas, un número que excede por mucho a la base de las Farc y muestra que el grupo guerrillero controla si acaso un 40% del mercado ilegal.
Para quienes creen que todas las soluciones llueven del cielo y extrañan el glifosato hay algunos datos desalentadores. En Caquetá, por ejemplo, las hectáreas fumigadas han sido estables desde 2012 y en ese lapso el área cultivada se duplicó. En Antioquia, la fumigación se triplicó en los últimos 2 años y las hectáreas de coca se duplicaron. En Meta y Guaviare el Roundup oficial disminuyó 30% en el último año y la coca sembrada cayó el 3%. En el Putumayo el promedio de fumigación se mantuvo durante 4 años y las hectáreas de coca se triplicaron. La lógica de bombardear con veneno y mostrarle a los campesinos solo la cara del Estado en la barriga de las avionetas no es mágica ni mucho menos.
La zona de frontera con Ecuador, los parques nacionales, los resguardos indígenas y los territorios de los afros siguen siendo los puntos críticos para la lucha contra la mata de coca. Ahí está sembrada cerca del 45% y el Estado no tiene mucha posibilidad de entrar, ni por las buenas ni por las malas. El Catatumbo es la zona de la gran derrota para el gobierno, sus pactos no han disminuido la violencia y en cambio han cedido el control territorial y logrado que la coca se multiplique por 5 en los últimos 5 años. Las buenas noticias están en la Sierra Nevada, la Amazonía y la Orinoquía donde la coca casi ha desaparecido en 10 años.
La pelea es dispareja y distinta en cada territorio. El Estado siempre será un verdugo o un protector torpe en un medio que conoce mejor desde el satélite que bajo el sombrero del funcionario.

Inevitable: la coca seguirá siendo una dura vía de escape para muchos.



miércoles, 6 de julio de 2016

Muertos concentrados







Es lógico que las encuestas muestren la inseguridad en las ciudades como el principal problema del país. Aparte de de que las preguntas se hacen sobre todo a sus habitantes y no a los de las zonas rurales, los números muestran un estancamiento en la mejoría de las cifras de homicidio en las capitales. Además, las redes sociales han hecho de los atracos una versión en línea de las páginas rojas y los diarios amarillos. Pero esos son los delitos de menos. En homicidios Medellín y Cali mostraron pequeños aumentos, entre 5 y 10%, en los casos de muertes violentas en el primer semestre del año, mientras Bogotá y Barranquilla tuvieron cifras muy similares a las reportadas en 2015, apenas un poco por debajo. Al parecer Bogotá completará un lustro rondando los mismos 1300 homicidios anuales, Cali no logrará bajar su tasa de 57 homicidios por cada 100.000 habitantes que dobla el promedio nacional, Medellín llegó al tope de su reducción para encontrar un vaivén entre los 500 y 600 homicidios cada año, una cifra que depende sobre todo de las decisiones de los ilegales, y Barranquilla sostendrá sus muertos que marcan cerca del 75% de las víctimas de la violencia en el Atlántico. Las 4 ciudades aportaron una tercera parte de las muertes violentas en Colombia en el primer semestre de 2016.
Según las cifras de la policía en el primer semestre del año se presentaron 5802 homicidios en todo el país. Lo que significó una reducción de 331 casos con respecto al mismo periodo de 2015. El año anterior la reducción con respecto al 2014 fue de 1150 homicidios. Cali y Medellín que marcaron las reducciones más significativas al total nacional en los últimos años, han dejado de aportar sus mejorías y ahora podrían poner más víctimas que en 2015. Entre las capitales Cartagena, Pereira, Manizales, Tunja, Bucaramanga y Villavicencio han mostrado números alentadores en los primeros seis meses del año. La violencia homicida sigue concentrada en centros urbanos y zonas de conflicto ligadas a la coca y la minería ilegal. Los 50 municipios más poblados aportan casi las dos terceras partes de los homicidios que se cometen en Colombia.
Una cifra llama la atención en medio del informe entregado por la policía: en 458 municipios no se presentó un solo homicidio en el primer semestre del año. Nos hemos acostumbrado al estribillo de la violencia generalizada y para todo el mundo es una sorpresa, casi una mentira probada, que en cerca de la mitad de los municipios del país no se maten a machete o a plomo. La cifra es bastante superior al número usual de municipios sin muertes violentas que se ponen en lista de honor cada año. En el 2015 fueron 292 (26%) los que terminaron sin diligencias de levantamiento; y en la última década la cifra se ha mantenido entre 331 en el 2013 y 239 en 2007. La mayoría de esos municipios están ubicados en Boyacá, Santander y Cundinamarca, departamentos con las tasas más bajas en el país y que han mantenido fortines pacíficos a pesar de la ronda de chulos. El aumento de municipios sin muertes violentas, teniendo en cuenta que todavía faltan seis meses por vivir, puede estar relacionado con las mejores cifras en Caquetá, Putumayo y Meta donde el cese unilateral ha bajado tensiones y disparos.

En todo caso se confirma que el conflicto armado es solo una pequeña parte, cerca del 15%, de nuestra violencia homicida, y que los habitantes de las ciudades ven las perspectivas de la paz desde el miedo en la ventanilla del bus o en la esquina.